Andrea V. Luna


Soy una escritora argentina nacida el 3 de noviembre de 1971 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aunque desde los tres años vivo en Florencio Varela, Provincia de Buenos Aires. Me dediqué desde muy adolescente a la creación literaria de relatos breves y fantásticos, primero y de poesía, después.

Siguiendo aquello que amaba me sumergí de lleno en el mundo de la Literatura estudiando la carrera de Letras en la Universidad Nacional de La Plata; donde, además de adquirir conocimientos, específicos y de diversos idiomas, y depurar mi técnica, me relacioné con excelentísimos profesionales, la mayoría de ellos de renombre internacional, con quienes aún mantengo una relación de confianza y amistad. 

Desde 1992 me dedico a la enseñanza de la Literatura en escuelas secundarias, además de desempeñarme como Jefa del Departamento de Comunicaciones desde 2008 de una escuela técnica. 

A partir también de 2008 participo de las reuniones de un grupo de escritores varelenses congregados en el llamado “Tarumá Literario” que, desde 1997 publica una antología con las diversas producciones de los autores que nuclea. En 2011 y 2012 fui seleccionada para dar lectura de un poema propio en la Feria del Libro de Buenos Aires, en representación de dicho grupo. En este contexto, he ampliado, corregido y depurado mi técnica narrativa y poética. 

Desde 2010 soy jurado de los Torneos Bonaerenses en el área Literatura para las categorías juveniles y adultos mayores, contando, también, con el apoyo del Director de Cultura y Educación de Florencio Varela.  

Llevo en mi haber tres novelas y una antología poética y narrativa (las cual fue revisada y corregida por algunos de sus profesores universitarios) y, desde entonces, busco incursionar de lleno en el mercado editorial con la certeza de poder proveer una obra de interés tanto por su originalidad como por su aporte cultural. 

  • Tres Siglos de Separación. De Joyas y Guerreros 1. 
  • El Reloj de Péndulo se Detuvo a Medianoche. De Joyas y Guerreros 2. 
  • Cómo Mejorar tu Vida Después de Muerto. De Joyas y Guerreros 3. 
  • Tempestades y Cadencias. Antología Poética y Narrativa Ilustrada.


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Algo para leerme:

Percepción



Mis recuerdos de esa tarde están en penumbra: quisiera acordarme pero parece que, por alguna razón que se me escapa, mi subconsciente no desea hacerlo. Lo cierto es que esa duda me reconcome el espíritu y me pone de bastante mal humor; por lo tanto, me he propuesto este último esfuerzo.
A ver… ¿había luna llena?, no, llena, no… aunque tal vez eso hubiera sido lo más oportuno. ¿Para dónde apuntaba? Sí, estaba en su cuarto menguante… bien, entiendo la ironía… y el cielo estaba ceniciento y brumoso, como para llover de inmediato. Todo, todo, se veía lleno de nubosidad y fantasmagorías: las cosas se confundían las unas con las otras, y en esa incertidumbre caminaba yo, sola, por el boulevard… no era tan tarde, no estoy loca, no lo estaba, pero ese clima había hecho que oscureciera más temprano que otros días de otoño… sí, era otoño. Siluetas amorfas se movían en derredor, bajo las luces mortecinas del alumbrado público, sin saber bien a qué distancia o cuán rápido lo hacían, pero me parecieron pavorosas y furtivas. Hoy en día caminamos sin vernos a la cara: no nos interesan los otros, no me interesaban los otros. Los sonidos parecían venir de ningún lado y de todos a la vez. Y, ¿qué hacía yo ahí? Me parece que regresaba a casa después del trabajo… pero no me acuerdo bien cuál era ese trabajo ni siquiera si alguien me esperaba; no recuerdo todavía pero sé que lo haré. Había mucha gente, sí, y no hacía tanto frío: tan sólo esa sensación de humedad molestando en los huesos, y en la ropa. Seguí andando no sé bien por cuánto tiempo, hasta que me di cuenta de que no había nadie más.
Una garúa tenue como las luces ahogadas de la calle comenzó a mojarme la cara: recuerdo que pensé lo mal que me vería en cuanto se me corriera el maquillaje, o lo bien que me vería bajo la lluvia junto a un hombre alto y apuesto como en las películas románticas con caballeros y princesas o en las fotos cursis de las tarjetas de enamorados. Me estremecí ante una posible presencia rondando cerca de mí. Yo temblaba, pero no de miedo… aprendí que no solo temblamos de miedo, o de frío.
De inmediato sentí un aliento cálido y una respiración profunda sobre mi hombro, desde atrás… desde ningún lugar. Un aroma dulce… dulcísimo, como a madera o a flores o a caramelos de menta o a sangre fresca, no sé, sobrevino de la nada manipulando mis sentidos, seduciéndome, envolviéndome. Ese hálito insondable se transformó en roce y, luego, en rostro melancólico de mirada lánguida. Por alguna razón seguía sin temer. No me resistí. No sé cuánto tiempo pasé perdida en sus ojos intensos como las tinieblas de la noche, pero esa mirada es lo último que recuerdo de mi vida pasada, antes de ser lo que soy ahora… sus pupilas lejanas y agónicas reflejando las mías, sus manos acariciando mis cabellos húmedos y, mientras observaba cada una de sus facciones, podía sentir cómo la respiración se me entrecortaba de a ratos. Se me erizaba la piel, me estremecía. Mis dedos temblorosos dudaron un breve instante antes de buscar la tersura de su pecho, entre los pliegues de su camisa mojada por la lluvia, y lo sintieron frío, pero palpitante, sublime, profano. Creo que él ansiaba esa caricia lasciva. Los sentidos se me paralizaban. Inspiré con fuerza, reteniendo el aire en mis pulmones como para capturar su aroma, el mismo que me estaba aturdiendo. Exhalé en un quejido. La presencia del extraño me endulzaba la boca con una miel cristalina, exótica y tentadora. Sentí, luego, sus brazos rodeándome el talle, su mejilla junto a la mía, un susurro ininteligible en mi oído o en mi mente. Nunca había visto en un hombre una apariencia tan atractiva y triste a la vez, y sensual y cautivante y ardiente, como un hechizo ancestral que se ha perdido en los siglos y, cada tanto, seduce a los incautos. Parecía un ángel, pero no. Recuerdo sus labios tiernos llamándome por mi nombre (quería… necesitaba saborearlos), el deseo me envolvía: el deseo de un beso, sólo un beso… y, luego, ¡y luego!
Y yo, ahora, estoy aquí, en el boulevard, de noche, hambrienta, sedienta de sangre, buscando una presa incauta y con estas marcas que me dejó en el cuello, recordándome lo que soy ahora, este monstruo eterno en el que me convertí cuando lo acepté a mi lado aquella tarde brumosa de otoño.


Andrea V. Luna

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